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El maestro señala
los últimos asientos arrinconados al fondo junto al proyector hirviendo cual
brasa, representantes de la vergüenza ajena. Ninguno de los dos puede formular
palabra alguna.
Rachel y Norman,
con todo el pésame al haber roto una de
las reglas básicas de la supervivencia educativa a un nivel básico, proceden a
sentarse.